sábado, 25 de enero de 2014

Alejar la vista un poco del ahora

Cuando pienso en mi futura casa no me la imagino repleta de fotos que enmarcan bodas o bautizos. No la visualizo con mis hijos jugueteando por el jardín, peleando entre ellos y gritando: "mamá me ha quitado mi juguete!!!" NO! Por dios! Ni quiero imaginármelo. Estaría loca si con tan solo 21 años ya pensara en eso. Pero permitidme deciros una cosa. Sí pienso en mi futura casa.

Tendría un jardín con una huerta para que parte de mi alimentación fuera cosecha propia, como a mi padre le gusta. El porche trasero estaría conectado al jardín con unas escaleras perfectas para sentarse por la noche a ver las estrellas. Además, tendría una buena piscina y una mejor barbacoa. Desde pequeña he imaginado a mi círculo más cercano decir: "este finde, a la casa de Edel".
El interior me es indiferente. Salvo dos detalles.
Quiero grandes cristaleras en las habitaciones, como mi madre adora. Que al levantar las persianas entre toda la luz posible, bien sea de día o de noche. Que puedas mirar a través de ellas y sientas casi la realidad del otro lado. Que al abrirlas, seas capaz de perderte en las preciosas vistas. De esas ahora hablamos.
Y también quiero una biblioteca. Pero no una como las de las películas: lujosas, enormes y con más polvo que huellas dactilares en sus portadas y páginas. Una habitación pequeña donde encuentre dos estanterías repletas. Los típicos libros que no te cansas de leer. Libros que has elegido tus favoritos por la capacidad que tienen de abstraerte del mundo. Porque un libro que es capaz de llevarme a sus historias, de hacérmelas sentir y vivir, se merece un lugar en mi biblioteca. Tampoco pueden faltar los clásicos, los que todo el mundo conoce. Los que debes leer antes de morir por simple cultura. Un sillón cómodo y suficiente luz. El tiempo lo ponemos nosotros. ¡Ah! Y algunos folios en blanco con un lápiz a mano, por favor. Adoro apuntar frases que me emocionan. Me gustan las palabras con significado. Y estoy segura de que en esos libros encontraré demasiadas. Y es entonces cuando necesitaré papel. Mi memoria es limitada.

Con respecto a las vistas no me termino de convencer. Tengo claro que campo o playa. Pero ambos entornos me producen sensaciones totalmente diversas y, a la vez, magníficas. Son lugares normalmente solitarios. Lugares donde puedes ir tu solo y sentirte completamente acompañado. Porque aunque no lo creas, hay veces que la mejor compañía es el pensamiento. Todo lo que reside en él.
Cuando estoy en el campo o en la playa me siento libre. Libre de hacer lo que quiera. Libre. No necesito más adjetivos. Libre es más que suficiente.
El sonido de las olas del mar me fascina, me enamora. Soy incapaz de quitar la vista de las olas, del agua llegando a la orilla, de los pájaros revoloteando entre las nubes, del sol cegador a las 8 de la mañana. Tener esas vistas a todas horas es sinónimo de sonrisa permanente en mi cara. Y una sonrisa es sinónimo de felicidad.

Son lugares a los que puedes escapar cuando el mundo te atrape. Porque aunque me imagine esta casa fantástica, también pertenezco al mundo. Mundo en el que las prisas y las carreras contrarreloj son protagonistas. Mundo en el que detalles insignificantes como una cerveza junto a la persona que elijas, carecen de significado. Mundo en el que no nos movemos por lo que sentimos, sino por lo que vemos en el resto. Si no fuera así, existiría más gente dispuesta a hacer lo que el corazón le dictara. Si no, explícame por qué la mayoría de personas se imagina su vida en matrimonio, con hijos y un trabajo estable. Pura tradición. Hay tradiciones que deben perdurar, como el chocolate y el roscón con nata propios del Día de Reyes. Pero lo que todo el mundo sigue ha dejado de ser ya una tradición. Ha pasado a ser una atadura. Nos sentimos obligados a hacerlo. Pero yo me niego. Quiero hacer lo que me haga feliz, porque es lo que pienso hacer durante el resto de mi vida.

Si algún día consigo esta casa, pellizcadme, posiblemente sea un sueño. O no, también puede ser realidad. Por qué no imaginarme en los ventanales apoyada con una taza de café mientras el sol sale. Por qué no verme tumbada en el salón admirando las llamas de la chimenea. Oyendo el crepitar de las llamas. Qué mejor música que esa. Por qué no pensar en una reunión de amigos en el porche. Unas buenas cervezas, un buen menú, unas buenas risas y una mejor compañía. Un buen baño en la piscina cuando el calor sofocante nos gane la partida. Por qué no visualizarme en esa biblioteca a las 12 de la noche. El insomnio de protagonista y la luz de la lámpara como compañía de una noche oscura. Estrellas. Estrellas en el jardín que se abren paso gracias a la poca contaminación lumínica de los parajes aislados.

Mejor no sigo imaginando. Mejor me lo planteo como proyecto de futuro. Al igual que viajar y recorrerme el mundo. Porque estamos hechos de pedacitos de personas. Y esas personas están por todas partes.